Haziran 16, 2024

Noches mágicas – Acto III

ile admin

Noches mágicas – Acto III
ACTO III
Cuando salí de la ducha, con una toalla alrededor de la cintura, René se había levantado y estaba tomando una cerveza. Sergio trajo otra para mí y fue también a ducharse. Mientras, René, estuvo contándome algo de sus vidas. Llevaban dos años viviendo juntos. Se habían conocido por casualidad en una manifestación de estudiantes, aunque Sergio no lo era. Él sí, estaba acabando empresariales, pero no estudiaba demasiado. Sus padres le costeaban los estudios y el apartamento, ya que eran gente con posibilidades económicas. Respecto a su relación, funcionaban como pareja, pero disfrutaban conociendo gente nueva a la que invitaban – como a mí en este caso- a compartir su cama, haciéndose así con un grupo de amigos del placer, en el que iban incluyendo a aquellos que daban el visto bueno por una u otra razón.
– Espero me incluyáis en él – alegué en mi favor.
– Por ahora creo que vas aprobando, pero te queda un segundo parcial – me contestó riendo.
– ¿Y crees que debo estudiar? – le seguí la broma.
– Bueno, si quieres puedes hacerlo – me volvió a sonreír, y levantándose sacó una cinta de vídeo de la estantería, encendió la televisión y el magnetoscopio y la puso. A continuación me alargó el mando y se fue al cuarto de baño. Oí que decía algo a Sergio y cerraba la puerta tras de sí. Ya no oí más, mis ojos y mis oídos se centraron en la pantalla.
Dos jóvenes se besaban y acariciaban. Sus lenguas jugaban entre sí, se mordían los labios, se chupaban con avidez. Al tiempo se iban desnudando poco a poco. Sus lenguas recorrían ahora sus pezones, las manos acariciaban por encima de sus slip. El bulto de sus vergas se marcaba de forma contundente. Aceleré la cinta y la paré justo en el momento en que uno de ellos, con su cara a la altura del paquete del otro, tiraba de la prenda y una enorme polla quedaba colgando de frente. Era hermosa de verdad. Gorda y jugosa. Cogiéndola con una de sus manos y tirando con suavidad hacia atrás dejó un brillante glande al descubierto, rojo y terso. Su lengua empezó a lamerlo por una y otra parte hasta que lentamente lo hizo desaparecer dentro de su boca. Luego siguió engullendo todo ese enorme pollón hasta las bolas. Debía medir casi veinte centímetros, pero se perdía por completo en su boca. Tras varias engullidas su tamaño había crecido varios centímetros y se veía aún más gorda. Brillaba por efecto de la saliva en toda su extensión, podían percibirse sus gruesas venas violetas. La lamía de arriba abajo, luego chupaba y succionaba sus redondas pelotas. Los gestos de placer del que permanecía de pie eran muy expresivos. El placer que recibía debía ser inmenso. Yo lo había experimentado hacia apenas unos minutos y empezaba de nuevo a desearlo, mi polla comenzaba a recordar estas sensaciones.
Aceleré de nuevo la cinta hasta que ambos cambiaron de postura. Quería ver despacio la aparición de la nueva polla. Esta era tan grande como la primera y sufrió las mismas caricias y chupadas que la otra. Aceleré y paré de nuevo en el momento en que ambos se ponían de pie y se abrazaban. Sus pollas se apretaban contra sus vientres, sacando sus cabezas, como si quisieran respirar, entre los cuerpos de ambos. Después de unos cuantos besos, cada uno cogía el mástil del otro y empezaban a frotarse los glandes. Resbalaban el uno en el otro, se desviaban hacia los lados, hacia arriba o hacia abajo. A continuación ambos tiraron de la piel de sus prepucios para ocultarlos y juntando ambas aberturas, uno de ellos empujó y logró introducir su capullo en el capuchón del otro, formando así una manguera de carne que unía ambos cuerpos. Podía percibirse a través de la fina piel del prepucio como el glande penetraba y empujaba al dueño de la vivienda hacia el interior. El intruso gozaba del calor de una casa ajena y de los besos de su anfitrión. Me puse a cien y me prometí experimentar esa sensación con alguno de mis compañeros de noche.
En ese momento me acordé de ellos: llevaban casi media hora encerrados en el cuarto de baño. Y parece que mi pensamiento les hizo resucitar. Aparecieron ambos a la vez. Sergio llevaba un albornoz blanco y René un pantalón corto de deportes. Yo seguía con mi toalla alrededor de la cintura y medio empalmado. En ese momento un tío de la pantalla se estaba preparando para penetrar al otro. René miró de reojo y me preguntó si había estudiado mucho.
No me dio tiempo a contestar pues sonó el timbre del telefonillo de entrada al edificio. Sergio fue a abrir y se quedó esperando en la puerta: era el chico de la pizzería que nos traía la cena. Les oí hablar y reír de forma distendida, como si conocieran de otras veces, y al cabo de un rato Sergio apareció en el salón con dos cajas, las dos pizzas. Trajo unos platos, unas cervezas, unas servilletas de papel y nos sentamos a comer.
Comimos con apetito, el esfuerzo nos lo había abierto. Hablamos de cosas intrascendentes, hasta que René me pregunto sobre mis experiencias sexuales. Les conté mis ligues, mis rollos con mujeres y mi desengaño amoroso con la última, que duraba casi seis meses y que había sido el causante de haberme retraído a tener nuevas relaciones con ninguna. La aparición casual de Sergio había despertado en mí un deseo rumiado alguna vez y que nunca me había atrevido a llevar a cabo. Así que cuando apareció la ocasión decidí aprovecharla y, de momento, estaba encantado con ella.
– No sé vosotros, pero yo estoy encantado de estar aquí y de experimentar todas las nuevas sensaciones que me queráis enseñar. Estoy abierto y dispuesto a todas ellas – concluí
– Y nosotros a enseñártelas y a compartirlas contigo – añadió Sergio alargando una mano y acariciando mi muslo y mi sexo por debajo de la mesa – Además nos gustas un montón.
– Y vosotros a mí – añadí.
Acabamos de cenar, recogimos la mesa y, tras ponernos unas copas, nos sentamos los tres en el sofá, frente al televisor, que permanecía encendido. La película había avanzado bastante. Ahora los jóvenes del principio estaban con otra pareja de jóvenes. Dos se hacían un sesenta y nueve: el uno tumbado de espaldas y el otro a horcajadas sobre él y en dirección opuesta, ambos se comían las pollas; mientras sus culos eran penetrados por las pollas de los otros dos. Enormes y duras las pollas desaparecían y aparecían dentro de los agujeros, se deslizaban sin ninguna dificultad en ellos. Los cuatro parecían gozar de lo lindo. Estuvimos un rato contemplando estas imágenes mientras nos tomábamos las copas. Al cabo de media hora, más o menos, René dijo:
– Cuando quieras nos comemos el postre.
– ¿Querrás decir el segundo plato?- inquirió Sergio – Además hay que prepararlo.
– ¿No seré yo? – pregunté, convencido de que sí lo era.
– Tú lo has dicho – me contestó. Y acto seguido se levantó, se abrió el albornoz y lo dejó caer al suelo.
Mi sorpresa fue enorme, su sexo se mostraba terriblemente hermoso, delicioso y diferente: grande, rosado y… sin un ápice de vello. Se había afeitado por completo. Su pubis y sus cojones se veían con nitidez, suaves y redondos. Se puso de espaldas y agachándose me mostró sus inmensas nalgas, abrió las piernas, tiró con ambas manos de cada una de ellas y apareció el redondo agujero de su culo y todo su canal de la misma manera: afeitado y sin vello alguno. La excitación, tras la sorpresa, se apoderó de mí y quise lanzarme a lamer toda esa carne que imaginaba suave y satinada como la seda, pero René no me dejó. Me sujetó del hombro y se levantó a su vez. Hizo deslizar sus pantalones hasta las rodillas y ¡oooh!, la admiración volvió a apoderarse de mí: también se había afeitado y su sexo se mostraba todavía más espléndido a cómo lo conocía. El mismo movimiento que había hecho Sergio hizo que pudiera contemplar su ano tan limpio y rosado como el de un bebé. Mi deseo se acrecentó por partida doble.
– ¿Verdad qué así están mejor? – preguntó.
– Seguro que sí – respondí con apenas un hilo de voz.
– Pues ahora te toca a ti.
– Bueno, pero tenéis que ayudarme – contesté captando perfectamente su petición.
Así que me levanté y me dirigí al cuarto de baño. Ellos me siguieron y en unos segundos tenía totalmente enjabonados el pubis, los testículos y la raja del culo. Sergio cogió la maquinilla y empezó a pasarla suavemente por mi vientre, luego por las ingles, y, levantando con delicadeza mi polla, por los testículos. Lo hacia con mucho cuidado y con gran habilidad. Cada vez que retiraba la cuchilla para limpiar el jabón y el vello afeitado podía contemplar con deleite mi desnudez absoluta. Con los huevos tuvo especial cuidado, por un lado, por el otro, por debajo. Ahora los podía ver totalmente pelados y notaba su suavidad y la piel tan fina que los recubría. Luego me hizo levantar una pierna y empezó a trabajar entre mis nalgas. También con mucho cuidado. Notaba de forma exquisita el paso de la maquinilla por encima del ano, resbalando sin dificultad y dejando mi canal como una hermosa pista de aterrizaje, con hangar incluido, para cualquier tipo de misil que quisiera aterrizar en él. Y yo ya me imaginaba a uno y a otro haciendo dichas maniobras.
En apenas diez minutos Sergio había acabado la faena. Me aclaró con la ducha y comprobó su trabajo: ni rastro de vello. Me dio un enorme lametón en los huevos y me hizo contemplar su obra en el espejo.
La verdad es que me pareció no ser yo, o al menos no ser estos mis atributos. Parecían haber crecido y tenían ese aspecto envidiable que poseen los de los actores de las películas pornos.
– Ahora ya está preparado el segundo plato – puntualizó.
Plato que, sin duda alguna, era yo.
Me llevaron a la habitación y me hicieron tumbar en la cama boca arriba. René se puso a horcajadas sobre mis hombros ofreciéndome su polla para que la besara y me la comiera sin dilación. Con una mano empecé a acariciársela, con la otra sobé sus huevos y su ano. La piel era de una suavidad sublime. Saqué la lengua y empecé a recorrer con lentitud su tronco desde las bolas hacia arriba. Mi lengua se deslizaba como un patín sobre el hielo. Notaba su calor y cada uno de los centímetros de su piel resbalando por mis labios y mi lengua. La polla de René comenzó a ponerse tensa y a palpitar con mis lamidas. Mientras Sergio había comenzado sus maniobras y atenciones a mi paquete. Metiendo una almohada bajo mis riñones y subiéndome las piernas con sus manos, había aprovechado la postura elevada de mi culo para atacarlo, lubricando y dilatando de forma experta mi esfínter, preparando el hangar que iba a recibir el primer misil de la noche. Un aterrizaje que yo esperaba con ansia.
René cambió de postura y girando 180 grados me ofreció, ahora sí, sus nalgas, al tiempo que se inclinaba para endurecer y lubricar con su saliva la polla de Sergio. Debió lograrlo enseguida, pues apenas había yo dado un par de lengüetazos a su canal y cuando me detenía en su agujero, noté la polla de Sergio, húmeda y endurecida, resbalar por el mío, de arriba abajo, buscando la entrada por la que colarse. Dejé de chupar y me relajé, concentrándome en las sensaciones que iba a volver a tener con la polla que ya conocía y que me había transportado al séptimo cielo unos días antes.
Después de rozar varias veces su glande con mi agujero, noté que se detenía en él y comenzaba a presionar. Apenas una ligera resistencia y mi esfínter cedió, su glande se abrió paso sin problema alguno. A mí se me escapó un ligero quejido que le hizo detenerse y preguntar sí me hacía daño. Le dije que no y que siguiera muy despacio. Y así lo hizo. Yo no sentía dolor pues la parte más gruesa ya había franqueado la entrada del hangar y ésta, totalmente lubricada no oponía ninguna resistencia, pero quería percibir cada centímetro de su sexo entrando en mí, sobretodo el calor y la suavidad de su glande rozándome las entrañas, acariciando mi próstata, empujándola, apretujándola, estimulándola…
Y la noté, ¡vaya si la noté! Un espasmo me recorrió todo el cuerpo, mi polla se tensó y mis manos estrujaron con fuerza las nalgas que tenía ante mí. Había llegado al final, dilatándome todavía más, pues su base era más gruesa, y se mantenía dentro. Podía percibir el tacto de sus huevos contra mis nalgas. Se mantuvo quieto unos segundos, percibiendo mi presión, y dando tiempo a que mi agujero se relajara.
Aproveche este momento para acariciar las nalgas duras y redondas de René. Las volví a separar y recorrí con mi lengua toda su raja, cosquilleando su ano. Al tiempo que Sergio iniciaba una maniobra de despegue de mis nalgas que fue igual de lenta y placentera. La falta de presión en mi interior hizo volver a su sitio a la próstata causándome un nuevo espasmo. Y antes de salirse del todo volvió a entrar, muy despacio de nuevo. Y muy despacio sentí la nueva sensación de placer y de gozo. Salía y entraba sin ninguna prisa. Se había inclinado y chupaba al tiempo de sus embestidas la enorme polla de René. Retardaba con ello la presencia de un orgasmo incontrolado debido a la presión de mi ano sobre su aparato. Pero yo sucumbía con espasmos largos y convulsiones más duraderas. Tras varias idas y venidas mi cuerpo bailaba al son de sus caderas, al repiqueteo de sus huevos en mis nalgas y a los impulsos de su mástil en mi interior. Los espasmos se sucedían sin apenas pausa alguna y, aunque intenté no concentrarme en ellos, para prolongar mi placer – o mi agonía -, lamiendo el suave agujero de René, que se abría ante mis ojos como una fruta madura, no lograba dar dos lametones seguidos; tenía que parar para dejar escapar un suspiro, un grito o un gutural ¡aaaahhh!.
Ello hizo que el ritmo de las embestidas empezara a acrecentarse. Mi culo empezó a arder. Mi corazón me saltaba en el pecho, se habían disparado las pulsaciones. Me costaba respirar y mis jadeos se hicieron más fuertes y constantes. Mi polla rezumaba líquido seminal sin parar. Hasta que súbitamente me empezó a invadir un hormigueo desde los pies hasta las nalgas y desde el agujero del culo a los huevos y a la polla. Y por otro lado, subía por la columna vertebral con dirección al cerebro.
Mi posición, con la cabeza entre los muslos de René y los míos descansando sobre los brazos de Sergio, hacía imposible que pudiera moverme o escaparme – ¿y quién lo quería? -. Sin embargo, mi cuerpo comenzó a moverse con sucesivas convulsiones que hicieron temblar a mis opresores. Sergio dejó la polla de René y se centró exclusivamente en mí. Mi cuerpo comenzó a convulsionarse y a gozar de un orgasmo completo desde los pies hasta las pestañas, desde mi interior hacia todos los poros de mi piel. Mi polla se disparó como un cañón, con abundantes descargas de esperma que fueron a parar a mi pecho y a los muslos de René. Me retorcía de un lado a otro, me agitaba como un poseso, gritaba de placer, mientras Sergio seguía y seguía martillando mi culo.
Estaba exhausto, rendido, totalmente abandonado a mi verdugo, al martirio de su polla. El tiempo dejó de existir. No sé si fueron segundos, minutos u horas. Todo era placer y yo carecía de voluntad y de consciencia del mundo exterior.
Tras decenas -(a mí me lo parecieron)- de embistes y forcejeos noté como se tensaba su polla dentro de mí, adquiriendo una dureza inusitada. Me dilató más, y noté mis entrañas derretirse cuando por fin alcanzó el orgasmo. Sentí sus convulsiones y los latigazos cálidos y fuertes de semen en mi interior. Apagué mis gritos y mis estertores mordiendo las nalgas de René y aprisionándolas con ambas manos. Y tras varios minutos de convulsiones incontroladas empecé a recobrar la calma, aunque mi cuerpo seguía temblando como una hoja y yo me sentía flotar en un mar de nubes.
No sé cuántas veces me había corrido, ni cuantos orgasmos había tenido. Tan sólo que mi cuerpo temblaba, mi corazón latía como un tambor en mi pecho y mi culo se había convertido en una fuente de sensaciones inagotable, que me habían dejado totalmente extenuado.