Amor de verano

Amor de verano
El año pasado me quedé viudo, llevo todo este tiempo deprimido y sin salir de casa, me recomendaron pasar página, seguir con mi vida, soy joven y debo superar esta tragedia.
Siguiendo estos consejos me fui de vacaciones, un crucero para personas singles donde poder conocer otras personas, solteras, viudas, divorciadas, buscando pareja o al menos algo de compañía.
Como es habitual en los cruceros, a la hora de la cena te asignan una mesa con desconocidos, con los que te suelen juntar por edad o características, en este caso en la misma mesa estábamos tres hombres y tres mujeres.
Hicimos un grupo muy bien avenido, charlábamos y hacíamos excursiones juntos, en una de estas tuve ocasión de conocer más en profundidad a Paty, una hermosa colombiana que estaba pasando una situación sentimental muy similar a la mía, su esposo había fallecido de forma trágica hacía un par de años.
Estábamos a mitad de crucero, tras una cena, en una noche maravillosa, Paty y yo subimos a cubierta, con un par de cócteles, dimos un paseo, se levantó una pequeña pero fría brisa, lo que casi nos hace desistir del paseo hasta que nos fijamos en la luna.
Estaba llena, y en cuanto las nubes que la cubrían se movieron su luz iluminó el barco como si fuese de día, el reflejo de su luz plateada sobre las suaves olas que llegaban hasta el horizonte, la brisa, me hicieron atreverme a rodear a Paty con mis brazos cuando dio muestra de tener frío.
Nos miramos, el resplandor de la luna y las luces del barco se reflejaban en sus ojos, acaricié con suavidad su mejilla, me sonrió, agarrando suavemente mi muñeca, acercamos nuestros labios y nos fundimos en un cálido beso.
Mi mano bajó por su cuello, su espalda, hasta llegar a su estrecha cintura, sus manos rodeaban mi cuello, acariciando la base de mi cabeza, seguimos besándonos un largo rato, como adolescentes.
La agarré de la mano y subimos a otra cubierta más alta, saltamos el cordón que limitaba el acceso durante la noche, y fuimos a una zona escondida en la proa del barco, cogimos un par de tumbonas y nos recostamos uno al lado del otro, sintiendo la sal que venía con la corriente desde el mar.
Seguíamos cogidos de la mano, cada uno sobre una tumbona, como si estuviésemos tomando el sol, solo que a la luz de la luna. Así estuvimos durante un rato. Los dos, solos, con el murmullo de las olas como ruido de fondo y las estrellas como techo.
Llevábamos un buen rato así, y nadie de la tripulación había aparecido por allí a llamarnos la atención, parece que habíamos encontrado un sitio secreto, al que regresamos la noche siguiente.
La luna ya no estaba tan espectacular como el día anterior, y hacía un poco más de frío, nos sentamos en la misma tumbona, Paty delante y yo detrás como en una moto, la envolví entre mis brazos sintiendo el suave olor de su perfume llenando mis sentidos.
Nos volteamos, colocándonos uno frente al otro, a horcajadas sobre la tumbona y nos besamos, y entre besos y caricias nos fuimos desnudando mutuamente, mis labios comenzaron a recorrer la tersa piel que cubre sus hombros, subía hacia su cuello haciéndola estremecer.
Entretanto sus manos recorrían mi espalda, bajando hacia mis nalgas, bordeándolas hasta llegar a mi verga, erecta apuntando en su dirección. La agarró con ambas manos y comenzó a moverlas suavemente arriba y abajo.
Mis manos acariciaban cada rincón de su cuerpo; sus hermosas tetas, con sus pezones duros, sus caderas, su cintura, su culo, firme y redondo, deteniéndose a deleitarse en cada etapa del recorrido.
Nuestras lenguas se encontraron de nuevo en medio de una batalla de apasionados besos, ella se iba inclinando sobre mí haciendo que me recostara sobre la tumbona, sin dejar de acariciar mi polla, que palpitaba alegre.
Sentía el peso de sus suaves pechos sobre mis pectorales, a medida que se inclinaba más sobre mí. Sus labios dejaron los míos y partieron en un itinerario descendente a lo largo de mi cuerpo, cubriéndolo de tiernas caricias sobre mi pecho, mi abdomen, mi pelvis, hasta llegar a mi glande, que estaba anhelante por sentirlos.
Sacó su húmeda lengua y comenzó a degustar mi miembro como quien saborea un cremoso helado, lamía mi capullo, lo hacía desaparecer en su boca, mirándome con ojos lujuriosos mientras yo me derretía de placer.
Sus manos sostenían mis testículos, los manoseaba como una malabarista, mientras su cabeza subía y bajaba engullendo cada vez un poco más de mi excitado miembro.
Yo acompañaba sus movimientos con una mano colocada sobre su cabeza con los dedos enredados en su suave melena. La abundante saliva que salía de su boca corría por mi piel, empapando mi pelvis, ella tragaba mi polla hasta provocarse arcadas, tosía, la sacaba para coger aire y volvía a la carga en la mamada más deliciosa que he recibido nunca.
Yo ya no podía contener más excitación, mis huevos estaban a punto de estallar, la gota que colmó el vaso fue cuando ella deslizó dentro de mi ano uno de sus dedos, que había untado previamente en la abundante saliva que se acumulaba sobre mi pelvis y corría por mis ingles.
En ese momento, al sentir su dedo dentro, no pude ni avisarla, un chorro de espesa leche caliente salió desde lo más profundo de mi ser, golpeando el cielo de su boca. Ella lo estaba esperando y lo recibió con una sonrisa, mientras se tragaba buena parte de la carga y abría la boca para enseñármela llena de mi esencia.
Se acercó a mí, y se colocó sobre mi cara, abrió sus labios y vertió sobre los míos mi propia leche, haciéndomela probar rebajada con la humedad de su boca. Su sabor dulzón no me desagradó en absoluto, su textura espesa como una suave crema se deslizó por mi garganta con naturalidad.
Mi polla, agotada por la sesión perdió su firmeza, y mientras no la recuperaba de nuevo decidí darle a ella una sesión de sexo oral tan buena como pudiese, de modo que agarré sus nalgas y las atraje hacia mi cara, haciendo que sus labios vaginales aterrizasen sobre mi boca.
El olor de sus efluvios, y lo empapado de su sexo hicieron que mi verga no tardase en recuperar su ánimo, pero ahora tendría que esperar. Mi lengua se adentró entre sus pliegues, mis labios basaban, chupaban y estiraban los suyos con suavidad.
Desde el perineo hasta el clítoris, primero por la derecha, luego por la izquierda, lamía ese delicioso coño con deleite, siguiendo las indicaciones que sus gemidos me daban para detenerme o continuar en cada sitio.
Golpeaba su botón de placer con la punta de mi lengua, lo rodeaba con mis labios para chupetearlo, haciéndola retorcerse de placer, mis manos sujetaban sus senos, las suyas cubrían las mías para evitar que los soltase, acariciaba y pellizcaba sus erectos pezones.
Sus jugos inundaban mi boca, con un punto ácido y una deliciosa textura densa como un chocolate caliente que se derretía en mi boca. Ella frotaba su sexo contra mi cara, restregándolo contra mi boca, como si quisiera meterse mi cara dentro.
Un alarido de placer indicó que le había provocado un intenso orgasmo, tanto que a pesar de estar a horcajadas y no de pie, casi no conseguía mantenerse erguida, con lo que se dejó caer a un lado, en la tumbona de al lado que afortunadamente estaba muy próxima.
Tras un rato descansando, cuando conseguimos recuperar el aliento nos vestimos y bajamos a la zona de los camarotes, ella me pidió que la acompañara al suyo y lo hice gustoso.
En cuanto llegamos ella se desnudó de nuevo y se dejó caer sobre la cama, boca abajo, mostrándome sus deliciosas curvas, su tentador trasero me estaba llamando, lo que hizo que mi miembro recuperase la erección. Lo que pasó a continuación tal vez quede para otro relato.
Dedicado a @patytetas
Texto e ilustración por @sexticles