CON MARGARITA EN ALICANTE
CON MARGARITA EN ALICANTE
El hotel Gran Sol de Alicante, es un edificio de 26 alturas al lado de la Explanada, con un bonito restaurante en la última planta –el de la 2ª es para desayunar- desde el que se divisa la bahía y casi todo Alicante y en el que se come bastante bien.
Era un viernes de mediados de Noviembre, y había finalizado mi viaje para presentar a los distribuidores de la zona los objetivos y planes de actuación para el año siguiente, y como siempre que viajaba allí, me quedaba el fin de semana para disfrutar del buen tiempo y, si de paso conseguía algún ligue, ¡mejor que mejor!, pues a mis 30 años estaba soltero y sin tiempo para establecer una relación estable por causa de mi trabajo.
Ese fin de semana había la convención de una empresa y cuando fui a cenar quedaban sólo dos mesas libres; ocupé una y al cabo de poco tiempo 2 hombres ocuparon la otra, uno con la identificación de los de la convención y el otro sin ella pero que visto lo que hablaban, también había ido a ella.
Al traerme la carta para pedir, el camarero dijo: “¿le importaría compartir su mesa con otra persona?, ya ve que hoy estamos llenos”; “No hay problema por mi parte” respondí.
Al poco, volvió acompañado de una mujer de unos 45 años, de pelo negro y largo, vestida con falda negra hasta la rodilla a conjunto con su chaqueta, una blusa de color oscuro, con gafas y muy buen cuerpo, que llevaba anillo de casada.
Me dio las gracias y le pregunte si también venía a la convención, momento en que le llamaron por teléfono; dijo “disculpa” y atendió la llamada, en lo que me pareció una conversación tensa tras la que acabó bastante enfadada por su parte.
“Disculpa”, dijo de nuevo, “es mi hija pequeña, de 15 años, está en la adolescencia y me tiene harta; y mira que la mayor, que ya tiene 20, tuvo una adolescencia tranquila, pero ésta me saca de mis casillas”. “¿Has venido a la convención?” pregunté de nuevo. “No, he venido a vender el apartamento que me dejó mi difunto marido, que ahora que las chicas ya son grandes no quieren venir y hasta el domingo no sale ningún vuelo”.
“Lo siento”, dije, pensando que había enviudado hace poco. “No, si ya hace más de 10 años que enviudé; ¿lo dices por el anillo?; lo conservó para evitar moscardones a mi alrededor. Vivo en Santoña, en Santander y ya sabes cómo son los pueblos pequeños”.
“Lo imagino” contesté. “Pero tú no eres de allí, ¿verdad?; lo digo porque tu acento parece andaluz”, continué. “Pues sí: soy de Granada; mi marido era ingeniero, vino allí a hacer la mili, nos enamoramos, nos casamos y fuimos a Santander, que es de donde él era”.
Miramos la carta, vino el camarero, pedimos la cena y una botella de vino tinto y mientras cenamos estuvimos hablando un poco de todo, de nuestros trabajos (era enfermera), de sus hijas, de todo un poco.
Al terminar de cenar dije: “¿te apetece tomar un café? siempre suelo tomarlo aquí, pero con el lío que están montando los de la convención, me parece que hoy iré a una cafetería que hay aquí al lado”. “Bueno”, dijo Margarita.
Bajamos y fuimos a un pub que hay en la Explanada en dirección opuesta al club náutico, muy tranquilo y donde siempre solía haber alguien tocando el piano.
Al llegar pedimos cafés yo un whisky margarita medio y continuamos una conversación relajada, pues el ambiente invitaba a ello Y Margarita dijo: “¡años! hacía que no me tomaba una copa en un sitio así, ¡qué tranquilo y qué bien se está!”; “Pues sí: por eso vengo de vez en cuando; ¿no sales nunca a tomar una copa desde que enviudaste?” pregunté. “Sí, claro, de vez en cuando después de alguna cena con las compañeras de trabajo, pero no es lo mismo: vamos todas juntas”.
“¿Otros whisky?” pregunté; “bueno, pero yo sigo con otro medio, que no estoy acostumbrada y no quiero que me siente mal”. Los pedimos, nos los sirvieron y continuamos hablando, de modo especial sobre la adolescencia de su hija pequeña, que la traía hasta las narices, pues se pasaban todo el día discutiendo. “Ya, ya, me imagino”, decía yo, que cuando mi hermana tenía esa edad también tuvo una adolescencia de estas que marcan época.
Al darse cuenta de que era ella quien estaba monopolizando casi toda la conversación, paró y dijo: “Disculpa Juan: me parece que te estoy dando la noche con mi charla, y seguro que tú tenías otros planes para hoy. Lo mejor será que deje de darte la lata y me vaya al hotel, que aún no es tarde”.
“Va, no te preocupes, lo cierto es que también me gusta pasar un rato tranquilo. Por eso vengo a veces a éste sitio que, como ves, tiene buen ambiente y vienen aficionados que tocan el piano y se está la mar de bien. Tranquila, no pasa nada. Los otros planes pueden esperar”.
Margarita me miró un poco nerviosa y dijo: “o, si te apetece, podemos pasar la noche juntos”.
No sé cuál debió de ser mi cara, porque se puso un poco colorada y de inmediato dijo; “no pienses lo que no soy, que desde que murió mi marido sólo lo he hecho dos veces y la última fue hace más de cuatro años, solo que hoy, entre estar lejos de donde vivo, sola, con mi hija dando la lata, el vino, el whisky, el ambiente y visto que no eres un buscón, pues me apetece, aunque entiendo que tu prefieras estar con mujeres de tu edad”.
“No pasa nada Margarita, que a mí también me apetece, aunque tienes razón en que nunca lo he hecho con mujeres bastante mayores que yo, pero lo cierto es que te conservas muy bien. Nos acabamos la copa, buscamos una farmacia de guardia, que no tengo preservativos, y pasamos la noche juntos si te apetece”, contesté.
“Nada de preservativos, que para las pocas veces que lo hago, mejor al natural; vamos a la farmacia y como soy enfermera no habrá problema en que me den la píldora para el día después”.
Nos terminamos el whisky, pasamos por la farmacia y camino al hotel dijo: “mejor en mi habitación, que me sentiré más cómoda”. “Como prefieras” contesté.
Recogimos las llaves de nuestras habitaciones en recepción y fuimos a la suya, que estaba en la planta 23 y tenía vistas a la bahía.
Nos quitamos las chaquetas, las colgamos en el perchero, nos quitamos los zapatos y nos quedamos los dos de pié, mirándonos y sin saber muy bien qué hacer, con ese deseo que atenaza nuestros sexos pero sin saber muy bien cómo empezar, qué hacer para que tu pareja no se sienta incómoda y poder disfrutar los dos.
“Me parece a mí que estamos los dos un poco cortados” dijo Margarita para romper la tensión que había. “Sí”, sonreí; ¿oye Margarita: hay algo que no te gusta hacer o que te hagan y algo que prefieras?” continué para seguir rompiendo la tensión.
“El sado y cosas parecidas no me va, y por lo demás no tengo mayores problemas ni en hacer ni en que me hagan, que no soy virgen por ningún sitio aunque sí: disfruto mucho cuando me hacen un cunnilingus, vamos, cuando me besan y comen el sexo, aunque no tienes por qué hacerlo, claro está, ¿y a ti?”.
“Tampoco me va el sado, y por lo demás, en todos los sitios de una mujer he entrado y me he corrido; me encanta comerle el coño si a mi pareja le gusta y ya iremos viendo sobre la marcha”.
Nuestras palabras nos animaron; Margarita sacó su blusa de debajo de la falda y empezó a desabrocharla y yo hice lo mismo con mi camisa; se quitó la falda y yo mis pantalones y quedamos los dos frente a frente en ropa interior. Yo con mis bóxer y Margarita con un sujetador de color negro con pequeños lunares rojos y unas braguitas a juego, de estas que le cubren bien las nalgas, como si fueran de un biquini, y sus medias.
Sonreímos, nos acercamos y empezamos a abrazarnos; mientras Margarita besaba mi cuello le desabroché los sostenes, se retiró un poco para que cayeran al suelo y me atrajo hacia sí con sus manos sobre mis nalgas, mientras yo puse las mías sobre las suyas, duras, apretadas, un poco grandes pero no en exceso.
Sus pechos eran hermosos, no muy grandes, un poco caídos, con unas areolas oscuras y unos pezones que ya empezaban a ponerse erectos, y en la tripa se le notaban un par de kilos de más, pero bien distribuidos, una de estas tripas rotundas, que dejan ver sus caderas, y con el movimiento al besarnos, sus pechos me daban un excelente masaje sobre el mío, de modo que la atraje aún más hacia mí, para sentirlos en su plenitud, juntando un poco sus bragas con mis manos a fin de poder acariciar la piel de su culo.
Margarita estaba de espaldas a la cama y tocándola con sus pantorrillas; levantó su pierna izquierda y la apoyó en ella, en una clara invitación a que acariciase su sexo mientras ella acariciaba el mío por encima del bóxer.
Puse la palma de mi mano directamente sobre su sexo, por encima de la braga, con el fin de masajearla, pero primero presione hacia arriba y al sentir cómo quedaba totalmente mojada y estaba totalmente abierta, Margarita dijo: “Uff, ¡cómo estoy!, y cómo estás tú también” mientras Acariciaba mi polla ya por dentro del bóxer.
Bajé un poco sus bragas, para poder tocarle mejor, se las separé un poco, y al mirar vi cómo lo tenía depilado, excepto una especie de rectángulo horizontal hacia el monte de venus, y su sexo estaba bien abierto, con los labios bien separados, húmedo y con el clítoris que empezaba a salir del capuchón.
Pasé la palma de mi mano igual que había hecho antes y volví a presionar, pero la mantuve así mientras con un dedo acariciaba su rajita, hasta que se lo introduje dentro de su vagina mientras con otro le frotaba el clítoris.
Reclinó un poco su cuerpo hacia atrás, para que la penetración fuese más profunda y le introduje un dedo más, pero en vez de subirlos hacia arriba y hacia abajo, los deslicé por su interior, mientras se le escapó un “Ohhhh, qué bueno es que te lo haga alguien en vez de hacerlo una misma”, mientras se apoyaba en mis hombros y dejó de acariciarme, a modo de indicación de que siguiera hasta que se corriese.
Mis dedos empezaron a entrar y salir de su coño, y cada vez que entraban, el ruido con la palma de mi mano era como un chop-chop de la humedad que tenían, hasta que vi cómo su cara se contraía y en ese momento puse un dedo sobre su clítoris, mientras que con los que estaban dentro presionaba hacia arriba su coño, como si quisiera levantarla.
Tuvo uno de estos orgasmos memorables: de pié, corriéndose en sus bragas hasta manchar sus medias, sus pechos bamboleando con sus pezones ya tiesos y repitiendo: “Dios mío, ¡qué bueno!”, hasta que en un espasmo final se puso de nuevo de pié y se aferró a mí como una lapa y pude sentir en mi cuerpo las vibraciones que el suyo tenía.
Tras unos instantes, se sentó en la cama, se quitó las bragas y se tumbó, indicándome con el dedo a que fuera con ella, por lo que me quité el bóxer y me recosté a su lado; besé su cuello, sus pechos, mordisqueando sus pezones, mientras mi mano volvía a frotar su sexo y cuando me puse de rodillas para dirigirme a comer su coño me dijo:
“Espera, que te lo hago yo, así te corres primero tendrás más tiempo para recuperarte y no tendrás prisa cuando me lo hagas”.
Razón no le faltaba, pues no sólo me había excitado ya mucho sino que, además, me excita mucho que una mujer se corra mientras le como el coño, y si luego nos ponemos a hacer el amor, aguanto un par de minutos y luego me corro.
Tal cual estaba, de rodillas, me acerqué a su cara, para que tuviera mi polla a su alcance y a la vez poder yo tocarle todo el cuerpo y masturbarle también.
Ensalivó sus manos y la froto toda ella, como comprobando su dureza y extensión, cogió mis huevos en la palma de su mano y tiró de la base de mi polla hacia abajo, para que el glande quedase totalmente fuera, y empezó a pasar sus labios por toda ella, lentamente, acariciándola con su lengua tras sus labios.
Mis dedos empezaron a masajear sus areolas, y luego sus pezones, hasta que se pusieron de nuevo erectos en señal de que le gustaba, y ella pasaba sus labios por toda mi polla, de arriba hacia abajo, por delante y por detrás, absorbiéndola.
Pasé a acariciar su coño, que aún seguía bien húmedo, mientras con su lengua lamía todo el glande, hasta introducirlo en su boca para empezar a lamerlo por dentro; introduje de nuevo un dedo en su sexo, y dio un pequeño respingo, que se transmitió a mi polla.
Estaba recostada y ligeramente inclinada, con una pierna extendida y la otra un poco recogida, de modo que mi mano tenía pleno acceso a su coño, y mientras mi mano frotaba su sexo, cogió mi polla con una mano y empezó a pasar su lengua por mis huevos, subiendo para continuar hacia arriba, hasta llegar de nuevo al glande.
De nuevo introduje un dedo mientras con otro acariciaba su clítoris, y antes de meterla en su boca dijo: “uffff, ¡cómo me estás poniendo otra vez!”, tras lo que me la agarró por el tronco y atrajo su boca hacia ella, cerrando sus labios para que sintiera cómo se deslizaba hacia dentro, lo que me produjo una sensación de placer enorme.
Aceleré mi masaje sobre su sexo, mientras Margarita deslizaba mi polla por dentro de su boca, como para intentar saborearla, hasta que de nuevo la sacó y la sostuvo sólo con sus dedos, masajeándola, cerró sus ojos, dejó de masajear mi polla, dirigió sus manos hacia su sexo, reteniendo las mías y apretándolas con fuerza contra él y todo su cuerpo se convulsionó mientras decía: “me corro, me corro, siente cómo me estoy corriendo”, llenando de nuevo la palma de mi mano nuevo con la humedad de su orgasmo.
Las contracciones de Margarita duraron unos 2 minutos, en las que su sexo se abría y cerraba expulsando su humedad mientras seguía con sus ojos cerrados diciendo “¡qué manera de correrme; pero que bueno que es esto”.
Ya más tranquila, abrió sus ojos, con su cara totalmente sofocada, me miró y dijo: “ven ahora quiero que te corras tú”; sostuvo mis huevos en la palma de su mano y la fue tragando poco a poco, como si la comiese por trozos; primero un poco, de modo intenso, para luego pasar la lengua hasta donde la tenía, por su interior, luego otro poco más, para pasar de nuevo la lengua, así cuatro o cinco veces, hasta que la tuvo casi entera dentro de su boca, reteniéndola, chocando con su paladar,
La sacó entera y en un solo movimiento intenso la volvió a meter, mientras sentía cómo se deslizaba por sus labios, por su lengua, hasta llegar de nuevo casi hasta el fondo, momento en que exploté derramando toda mi leche en su boca.
Me miró durante unos segundos, mientras mis oleadas se descargaban sin parar, y cuando comprendió que ya estaba vacío, se levantó y fue al baño mientras me tumbé en la cama, con ese relax que se produce una vez te has corrido.
Al cabo de unos minutos volvió sonriente, sin medias y dijo: “bueno, ahora ya estoy lista para que puedas disfrutar de mi coño bien limpito”, mientras se tumbaba a mi lado.
Puse una almohada bajo el principio de sus nalgas, para poder tener mejor acceso a ellas; me puse entre sus piernas y separé sus muslos, a lo que ella abrió aún más sus piernas, apoyándose en sus pies y pude contemplar la magnífica visión de su coño.
Estaba bien cerrado tras habérselo lavado, con los labios de su vagina bien marcados, un poco protuberantes, como si fuesen los de una mandarina, su pubis también sobresalía, recubierto por el poco vello en forma de triángulo que tenía hasta casi el inicio de su clítoris.
Pasé mis manos bajo sus nalgas, para separárselas, mientras mi lengua se deslizaba por sus caderas, después por su monte de venus, para rodearlo, bajando para pasar por el interior de sus muslos. Estaba claro que mis besos y caricias le excitaban, pues los labios de su vagina empezaron a abrirse y del interior salía ése olor intenso, profundo, penetrante, húmedo y cálido a mujer excitada.
Mi lengua se deslizó rodeando el exterior de sus labios vaginales, sin llegar a tocarlos, describiendo con ella el contorno de su coño, ahora ya totalmente abierto y muy húmedo.
Margarita estaba con sus ojos cerrados, y acariciando suavemente sus pechos, de modo que sin que se diese cuenta abrí mi boca todo lo que pude y la puse sobre su coño, como si fuera una ventosa, atrayéndolo hacia mi interior, para pasar luego mi lengua por su rajita, con los labios de su vagina en mi boca. “Dios… ¡qué bueno!”, exclamó al sentirla y mientras un latigazo recorría su cuerpo.
Comí su coño de ese modo 4 o 5 veces más, hasta que ya estaba totalmente abierta y húmeda, y en ese momento empecé a hacer lo mismo, pero con los labios exteriores de su vagina, mientras introduje un dedo en su coño, girándolo para darle un masaje en sus paredes internas.
Estiré con mi dedo hacia abajo, y metí mi lengua para saborear sus jugos, con pequeños picotazos al principio, entrando y saliendo repetidas veces, para luego dejarla dentro todo lo que pude y recórrela con la punta. “Sigue así, por favor” dijo, presa ya de una notable excitación.
Seguí unos instantes más, hasta que volví a estirar hacia abajo del interior de su vagina y con el dedo gordo de mi mano presioné primero su perineo y luego su esfínter. “¡Joder!, ¡joder!” dijo Margarita al sentir otra convulsión.
Con mi mano izquierda separé los labios de su vagina por la parte de arriba, para tener acceso a su clítoris, y puse mi lengua sobre él, presionándolo primero, y luego dándole pequeños picotazos. “Sigue así, sigue. Me voy a venir pronto”.
Pasé entonces a lamer directamente su clítoris, una y otra vez, hasta que Margarita tuvo una fuerte convulsión diciendo: “¡Uff, ufff!, me corro, me viene”, momento en el que volví a abrir mi boca todo lo que pude, a ponerla en su coño, a actuar como ventosa, mientras sentía las palpitaciones de sus muslos sobre mi cara, a extender mi lengua, y a recoger en ella los jugos que derramaba.
Ya recuperada dijo: “No sabes bien cuánto lo deseaba. Los dos hombres con quienes estuve no lo hicieron, y el último fue mi marido. Se nota que los has hecho ya más veces”.
“Pues aprovecha, que yo aún no estoy en forma” dije al tiempo que bajaba un poco mi cuerpo y le indicaba que se arrodillase con su sexo sobre mi cara para volver a comer su coño. “¡Encantada!” respondió, al tiempo que lo hacía, apoyándose con sus manos a la cabecera de la cama.
La visión era totalmente diferente; su coño ya estaba abierto, sus pezones duros, el acceso de mis manos a su cuerpo total, de modo que cogí sus nalgas y le atraje hacia mi boca, para introducir mi lengua dentro de su sexo.
Margarita entendió rápidamente lo que pretendía, y empezó a subir y bajar lentamente sus nalgas, mientras mi lengua le penetraba en su coño, y mis manos acariciaban sus tetas, primero por debajo, como sopesándolas, y luego, todas ellas, hasta bajar por su vientre, estirando de su pubis hacia arriba con una mano, para dejar al descubierto su clítoris.
Lo besé, pasé mi lengua, lo absorbí entre mis labios y le dije: “tócate”; empezó a tocarse, excitándose aún más, mientras mis manos separaban sus muslos y la punta de la lengua jugueteaba alrededor de su sexo.
Puse un dedo en su esfínter, apretándolo fuertemente, casi hasta penetrarle; un espasmo. Aproveché para introducirle mi lengua lo más profundo que pude dentro de su coño y volver a presionar su esfínter. Otro espasmo aún más fuerte, que aproveché para atrapar todo su sexo en mi boca y mover mi cara de un lado hacia otro, para que sintiera cómo la comía.
Arqueó levemente su cuerpo y se dejó caer sobre mi rostro, una dos, tres veces mientras decía: “tenlo, tenlo, cómetelo todo, es todo para ti”, hasta que con mi lengua dentro de su coño lo más profundamente que pude, penetré su culo con mi dedo dos o tres centímetros y se quedó parada sobre mi rostro, derramándose totalmente con un sonoro grito de “así, así, qué bueno”.
Cuando terminó de disfrutar de su orgasmo, se tumbó en la cama, boca arriba, pasó la mano por su pelo, como arreglándoselo mientras decía con cara y sonrisa de satisfacción: “no sabes lo mucho que me apetecía que me lo volvieran a hacer. Lo he disfrutado mucho”.
Abrió sus piernas, y recogió la izquierda apoyando el pié sobre la cama, y mientras yo veía su sexo totalmente abierto, casi palpitando y con la humedad aún reciente bajando por sus muslos dijo: “anda, ven, entra y disfruta tú también”.
Me puse entre sus piernas, arrodillado, pasé mi polla por su sexo, frotándola hasta llegar a su clítoris, una y otra vez, hasta que en su cara apareció el deseo irresistible en ser penetrada, y entré muy lentamente, sintiendo cómo el terciopelo de su interior me acogía de modo cálido, suave, y Margarita me miraba con cara de desear que llegase hasta el fondo de sus entrañas.
La verdad es que deseaba entrar en ella con todas mis fuerzas, pero me excitaba ver en su cara el deseo de que lo hiciera, su expresión como pidiéndome que entrase con fuerza, de modo que volví a salir, con la misma lentitud con que había entrado; volví a pasar mi polla por su sexo abierto hasta llegar a su clítoris, para presionarlo, para deslizarme por él, haciendo que su deseo y excitación fuese aún mayor.
Apoyó el otro pié en la cama, como invitándome a que entrase en ella con urgencia, de modo que me arrodille, puse mi polla a la entrada de su coño, me tumbé sobre ella apoyado en mis codos y en mis rodillas y entré con un golpe seco hasta el fondo de sus entrañas.
“Ohhhh, ¡qué bien!” exclamó al sentirla ya toda dentro de sí. Continué mis movimientos, de modo fuerte, intenso, sin parar de entrar y salir de ella con golpes secos alternados con otros más suaves, durante un par de minutos, hasta que salí, me tumbé sobre la cama y le indiqué que se pusiera sobre mí.
Se puso en cuclillas, cogió mi polla en su mano y mirándola, la dirigió hacia su coño bien abierto. La visión de mi polla en su coño, ver cómo sus labios se cerraban alrededor de ella, sin querer dejar que saliera, me excitó más aún, de modo que dirigí mis manos a sus pechos, empecé a masajearlos con fuerza, mientras Margarita movía la cabeza de un lado a otro, y se movía hacia delante y hacia atrás, levantando de vez en cuando sus nalgas para permitir que mi polla saliera un poco y después bajar de golpe hasta sentirla en el fondo.
Bajé mis manos hasta su cintura, y la levanté un poco para dirigir el ritmo de su subir y bajar, hasta que lo adaptó, suave pero intenso, sin parar, y mis manos se dirigieron a su coño; se reclinó un poco hacia atrás y separé sus labios para ver cómo entraba y salía de ella, hasta que empecé a frotar su clítoris de nuevo, haciendo que sus gemidos fuesen cada vez más rápidos, más intensos.
Puse mis manos en su espalda y la recliné hacia mí, para poder chupar sus pezones, mientras me cabalgaba con un ritmo cada vez más intenso.
Cogí sus nalgas, y cada vez que su cuerpo bajaba sobre mi polla, se las separaba para una vez dentro de ella volver a juntárselas.
Se movió de modo más rápido, sintiendo la proximidad de su orgasmo, de modo que apoyé mis pies en la cama y empecé a empujar con fuerza, siendo yo ahora quien dirigía el ritmo. Intenso. Muy intenso. Fuerte, hasta parar, entrar de golpe, parar de nuevo hasta casi salir, volver a entrar de golpe y entrar y salir de modo casi frenético.
Margarita puso una cara casi como de dolor, una mueca como si le estuviera partiendo, y mientras de su boca salía un largo “ahhhhh”, abalanzó su cuerpo sobre el mío, sintiendo todas las convulsiones de su orgasmo mientras decía: “joder qué bien, qué bien sienta sentir de nuevo una polla en lo más hondo, qué bueno es correrse con una polla dentro.”
Le pedí que se pusiera arrodillada en la cama, a un costado, para poder entrar en ella de pié, desde atrás y cuando lo hizo realmente pude contemplar el buen cuerpo que tenía, sus pechos balanceándose, su estómago , sus nalgas, sus muslos, la redondez de sus nalgas, de modo que me puse tras ella, apuntando con mi polla al centro de su sexo, abierto, al agujero por el que se podía ver la obscuridad de su vagina, de la que caía un hilo de la humedad que le había producido su orgasmo, sus pezones aún erectos, la rojez de su espalda.
Separé sus nalgas todo lo que pude, y me introduje en ella hasta la mitad; cogí con mis manos sus caderas y mientras se volvió para mirarme, le atraje con fuerza sobre mi polla, entrando hasta el fondo con un golpe seco.
Ver las nalgas de Margarita moverse a cada golpe seco, sus pechos balancearse, su cara mirándome mientras entraba en ella una y otra vez, esperando a que explotase, a que llenara sus entrañas con mi leche, hizo que me excitara aún más. Margarita se dio cuenta, y se inclinó todo lo que pudo, apoyándose sobre sus codos para que la penetración fuese más profunda aún; no pude más, me puse de puntillas y cuando estaba en lo más profundo de ella, exploté en un orgasmo de éstos inmensos, quieto en lo más profundo de su coño, con sólo mi polla moviéndose, hasta que me abalancé sobre ella y caímos los dos sobre la cama.
“Qué gusto da sentir de nuevo la leche llenando mis entrañas” dijo Margarita mientras yo jadeaba recuperándome de mi orgasmo. “Me alegro mucho de que lo hayas pasado bien y te hayas corrido bien a gusto, aunque aún la tienes tiesa”, continuó diciendo al ver que, en efecto, mi polla aún conservaba buena parte de su erección.
“Espera, tú sigue así, boca abajo y relájate” le dije; “¿Qué vas a hacer?” contesto. “Espera y verás” insistí.
Me puse tras ella, y con mis dedos recogí buena parte de la leche que salía de ella para, mientras con la otra abría sus nalgas, ponerla sobre su esfínter.
Empecé a darle un pequeño masaje, para que se abriese; Margarita giró su cabeza sonrió y complacida dijo: “ya veo que hoy va a ser un día completo y no vas a dejar ni un agujero por follarme”. “Espera y verás”, volví a decir.
Mientras se relajaba y su esfínter se abría, volví a recoger más leche de su coño, pero esta vez del interior, introduciéndole dos dedos, como si rascase dentro de ella, y volví a ponerla sobre su esfínter.
Introduje un dedo cosa de 3 o 4 centímetros y empecé a masajearle por dentro primero, como si le rascase, lo que hizo que diese un pequeño gritito de placer. Entonces empecé a girar mi dedo al tiempo de sacarle, para volver a girarle al tiempo de introducírselo de nuevo, una y otra vez durante cosa de un minuto o así. “Nunca me habían hecho esto, ¡qué bueno que es!” dijo con voz entrecortada. Aproveché el momento para acariciar su clítoris con dos dedos, como si se lo estuviera rascando, a la par que seguía masturbándole el culo. “Joder, Juan vas a conseguir que me corra otra vez” dijo con voz aún más entrecortada mientras aceleraba su respiración, invitándome a que siguiera.
“Joder, joder…. que me estoy corriendo” decía mientras apoyaba su cara con fuerza sobre la almohada para ahogar sus gritos y su cuerpo se contorneaba con mi dedo dentro de su culo.
Mientras aún contorneaba su cuerpo, separé sus nalgas firmemente a la vez que las empujaba hacia la cama, puse mi polla en la entrada de su culo y entré. Sin brusquedad, suavemente, pero de modo firme y decidido, sintiendo cómo su culo ofrecía un poco de resistencia.
“Aaaah” salió de su garganta, mientras su rostro hacía una mueca de leve dolor. “¿Te duele?”, pregunté. “¡Ay!, un poco, pero no te preocupes, que siempre me pasa al principio y con la falta de costumbre es normal”.
Continué entrando y saliendo del mismo modo, sin brusquedad, pero de modo intenso, mientras los gritos de Margarita se iban haciendo cada vez más esporádicos, más tenues y la expresión de su cara más relajada mientras mi polla encontraba cada vez menos resistencia.
Entendí que ya se encontraba a gusto, por lo que salí casi fuera y entré en su culo con un movimiento seco, hasta el fondo. “¡Aaaahh!” exclamó de nuevo, pero no ya como un dolor, sino como una expresión de placer a la que siguió “sigue así, sigue así”, mientras separaba las nalgas con sus manos y levantaba las piernas sobre sus rodillas para que penetrase lo más profundamente que pudiese.
Me apoyé en mis codos y estuve entrando y saliendo de su culo durante unos cinco minutos, hasta que Margarita no pudo contener su orgasmo y, con él, salí de ella hasta dejar sólo mi glande dentro de su culo, para dejarme caer de golpe, en un movimiento seco, profundo; sentí que iba a correrme, y le cogí por debajo de sus hombros, levanté un poco su cuerpo y seguí con movimientos secos y profundos, uno, dos, tres, cuatro, hasta que derramé la poca leche que me quedaba en lo más hondo de su culo.
No pude más: estaba seco por dentro, después de haber llenado a Margarita con toda mi leche durante esa noche.
Nos recostamos uno al lado del otro, y Margarita pasó su mano por mi pecho diciendo: “no sabes cuánto necesitaba unos momentos así… ¿lo repetiremos mañana?”. “Hasta que nos toque irnos”.
No eran esos los planes que antes de conocerla había pensado, pero la verdad es que resultaron mucho mejor de los que tenía previstos.