Nisan 1, 2022

Rocío, la sirvienta. Cuarta parte.

ile admin

Rocío, la sirvienta. Cuarta parte.
A la mañana siguiente me desperté cuando mis padres se iban al trabajo. Una vez salieron, acudí al baño, y luego me relajé con una majestuosa paja recordando la escena del día anterior, y esperando poder repetir.

Leyendo esperé a que llegara doña Rocío.

– Buenos días, Javier.

– Buenos días, Rocío.

– ¿Qué tal has descansado?

– Mucho mejor. Ya inflamación de la rodilla va bajando, y mañana a ver qué me dice el traumatólogo.

– A ver si ya empiezas a mejorar. Si no hubiera sido por el susto que te di la semana pasada, ya estarías mucho mejor.

– No le dé más vueltas. No hiciste nada, fui yo el que forcé la rodilla.

– Ven que te ayudo a levantar, y te subo el desayuno.

Qué delicia poder sentir ese maravilloso abrazo de ayuda. La verdad es que iba a echar de menos que por las mañanas me viniera a levantar. Desayuné todo lo tranquilo que pude, recordando los días anteriores, y Rocío me acercó al lavabo el cepillo y pasta de dientes.

Ese día doña Rocío no entró al baño para asearme, así que salí hacia mi habitación con el pijama.

– ¿Ya has acabado, Javier?

– Sí, estaba esperando por si me ayudabas a lavarme.

– No sé si es correcto que te lave. Mira lo que pasó ayer.

– ¿Por qué dice eso? Ahora soy yo el que se siente mal. En ningún momento he querido hacer algo que le hiciese sentir mal.

El alma se me cayó a los pies. De pronto toda la euforia me bajó por completo, y me sentía realmente triste. Hasta los ojos se me humedecieron.

– No te preocupes, hijo. Soy yo, que soy así de boba.

– Tranquila, Rocío. Ya me lavo yo un poco. Ya has hecho mucho por mí.

– No, de verdad, Javier. Solo faltaba que te volviera a pasar algo por mi culpa. Vamos al baño, y ya te lavo yo.

– De verdad, Rocío, que me siento francamente mal por lo sucedido. Es usted muy buena persona, y me he dejado llevar por mis instintos. No volverá a suceder.

– No es culpa tuya, hijo. Es cosa mía, que debo ser así de boba.

– Usted no es ninguna boba, es un sol de mujer.

– Muchas gracias, Javier. Pero tú sí que eres un sol.

– Solo puedo agradecerle todo lo que hace por mí, y, encima, voy, y me aprovecho de la situación. Ahora me siento falta, Rocío. De verdad que no era mi intención.

– No es así, Javier. No sé explicarlo, pero no quiero que dejes de ser tú, y pierdas esa dulzura que tienes por culpa de las tonterías de esta vieja. Supongo que nunca me habían tratado así de bien, y me dejé llevar.

– Ya te he dicho que ni es tonta, ni mucho menos vieja.

– Vamos a dejar esta conversación, y te voy a lavar.

Me desnudé de cintura para arriba en la silla de ruedas, y me acerqué al lavabo para que me lavara el cuerpo.

– Anda, y vamos al banco, que te lave el pelo y todo el cuerpo, que sudas mucho en esa cama.

– De verdad, Rocío, que me siento muy mal por lo sucedido.

– No digas eso, Javier. Ahora la que se siente mal soy yo. Hoy me he despertado un poco tonta, pero ya se me pasa. No puede ser que, por mis bobadas, ahora estemos así.

Me tumbé en el banco junto a la bañera, desnudo de cintura hacia arriba, y doña Rocío comenzó a lavarme la cabeza con mucha delicadeza, y luego me la aclaró, sin que ninguno de los dos dijéramos una sola palabra. Yo estaba realmente triste, y aunque cerraba los ojos, se me escapaba alguna lágrima, ya que esa mujer se había convertido en alguien muy importante para mí, y yo lo había estropeado. Imagino que a todos nos ha pasado, no sé si llamarlo enamorarse, pero si colarse por alguien más mayor.

Antes de incorporarme, doña Rocío me desnudó de cintura para abajo, pero mi pene estaba encogido. Anímicamente no me encontraba bien.

– No llores, Javier, que se me parte el alma.

– No se preocupe, que ya se me pasa.

Doña Rocío continuó sin decir una sola palabra lavándome. Me hizo sentar para lavarme primero la espalda, y luego el cuerpo por delante. Luego me tumbó de nuevo, y comenzó por mis piernas, pero no estaba yo para empalmarme en ese momento, y doña Rocío estaba apesadumbrada por mi estado. Me enjabonó mis partes, pero apenas me inmuté. Luego me las comenzó a aclarar con mucha delicadeza. Agarró mi pito con dos dedos, lo levantó lentamente, y me aclaró varias veces el vello púbico, pero seguí impasible y apesadumbrado, mirando hacia la pared.

– Javier, no me gusta verte así. De verdad que no era mi intención hacerte daño.

– No te preocupes, de verdad.

Entonces, doña Rocío, dejó la esponja, tomó la toalla y comenzó a secarme. Primero me senté, y me secó el cuerpo. Secó un poco el banco, y me tumbé para que secara mis piernas y zona central. Una vez seco, me senté de nuevo.

– Espera, que tienes la piel muy seca. Voy a echarte un poco de Nivea.

Yo no dije nada, y obedecí a sus ordenes.

Agarró el bote de crema hidratante, y me echó un poco por el cuerpo, y por la espalda, masajeando con mucha suavidad y ternura.

– Túmbate, que tienes la piernas fatal, sobre todo la operada.

Primero apoyó la pierna mala sobre la silla de ruedas, se sentó y suavemente masajeó el pie, para subir con mucho cuidado, sin atreverse a tocar la tierna cicatriz. Luego comenzó con la siguiente pierna. Se echó un poco más de crema en la mano, levantó mi pierna buena, sujetándola entre su brazo y su pecho, me comenzó a frotar las nalgas, introduciendo la mano por debajo de ellas. Sus dedos húmedos de crema, rozaron mi ano, he hicieron un pequeño masaje a su entrada. La miré a la cara desconcertado, y me sonrió.

Se incorporó apoyando mi pierna sobre el banco, y me iba a incorporar, pensando que ya había terminado, pero una mano me paró el pecho.

– Espera, que no he terminado aún.

Se echó un poco de crema en la mano derecha, se arrodilló sobre la toalla doblada junto a mí, la apoyó sobre mis testículos. Mi cabeza se echó hacia delante instintivamente para ver lo que hacía, pero con los dedos de su mano izquierda me hizo reclinarla sobre el banco, mientras su mano derecha daba un ligero y delicado masaje en mis testículos.

– Relájate, Javier.

– Pero Rocío, no quiero hacerla sentir mal, pero eso me está gustando demasiado, y no voy a poder evitar empalmarme.

– Pues no lo evites. Necesito arreglar esta situación, y quiero hacerlo.- Dijo de manera tan rotunda y convincente, que no discutí.

Mi pene automáticamente comenzó a tomar tamaño, y la mano húmeda de doña Roció comenzó a deslizar por el tronco de mi polla, haciendo que en unos segundos estuviera como una piedra. La soltó, y sus dedos comenzaron a acariciar mis testículos y mi miembro. Mi respiración iba en aumento, y no me atrevía a hacer ningún movimiento, solo disfrutar de aquel instante.

Entonces, doña Rocío, con su mano izquierda, tomó mi mano, y la llevó a su cuello, indicándome que quería que la acariciase. La miré, y había cerrado los ojos, mientras sus dedos recorrían lentamente cada curva y cada pliegue de mis partes. Con el dorso de mis dedos acaricié ese dulce cuello, subiendo hacia el lóbulo de su oreja, rodeé su pendiente, para introducir los dedos por el pelo de su nuca. Su cabeza se ladeó sobre mi mano cariñosamente. Bajé un poco mis dedos, acariciando de nuevo el cuello. Ella echó ligeramente la cabeza hacia atrás, y con su mano izquierda comenzó a desabotonar lentamente su camisola. Primero un botón, mientras su mano bajaba hacia el siguiente abriendo el escote. Luego el siguiente, dejando ver el inicio de su canalillo, y mis dedos bajaban acariciando ese escote. Su mano bajó abriendo otro botón más, mientras sus dedos bajaban y subían acariciando el tronco de mi pene y me hacían mantener una respiración larga y placentera. Ya alcanzaba a ver parte de su prenda íntima, donde el sujetador y el escote se juntaban. Su mano siguió bajando desabotonando uno a uno, mientras mis dedos acariciaban la parte que no quedaba tapada de sus enormes pechos. La camisola quedó abierta de par en par, su mano derecha dejó de acariciar mi polla, y para ir a quitarse un botón de la manga izquierda, y luego el de la manga derecha. Con un rápido movimiento, su camisola cayó sobre la parte posterior de sus piernas arrodilladas, dejando a la vista ese sujetador color carne que realzaba esas maravillosas tetas. Me sonrió, y comenzó a acariciar de nuevo mi polla, dura como una piedra. Mi mano acariciaba sus pechos por encima, y podía llegar a intuir ligeramente su areola y esos dos maravillosos pezones. Al rozarlos con mis dedos, su respiración se hizo más marcada. Era maravilloso poder acariciar esas curvas. Mis dedos bajaron por debajo de sus inmensas tetas, pero chocaron con algo duro. Hasta aquel momento desconocía que los sujetadores llevaban aros, y más los de ese tamaño.

Doña Rocío me miró, echó sus manos hacia su espalda, y con un ligero movimiento de dedos soltó el sujetador. Sus pechos se mantenían dentro de él, pero bajaron un poco más. Delicadamente, mirándome a los ojos, sacó un brazo por el tirante, mientras con sus brazos sujetaba esa prenda, y luego sin soltarlo sacó el otro tirante. Yo no podía quitar los ojos de esa prenda que sujetaban sus manos, mientras mi mano acariciaba la dulce y suave piel de su costado.

Echó la mano hacia delante para acariciar mi pene, mientras su brazo izquierdo continuaba sujetando la tela. Poco a poco fue bajando su brazo, hasta dejar caer el sujetador, quedando al aire dos inmensos y espectaculares pechos, blancos como la nieve, que caían sobre su estómago, y con con dos grandes areolas rosadas, dos pezones ni muy grandes ni muy pequeños, y una especie de granitos alrededor de los pezones (posteriormente supe que muchas mujeres los tienen).

Mi mano los comenzó a acariciar. Al roce de mis dedos, los pezones tomaron dureza, y automáticamente mi polla se puso más dura aún. Era como que conectara su excitación con la mía. A cada respiración de ella, yo estaba más y más caliente. Sus mano agarró mi polla, y subía y bajaba lentamente, al mismo ritmo que mis manos acariciaban sus pechos.

– Vaya manos que tienes, Javier.- Suspiró sin abrir los ojos.

Miré a doña Rocío, y mucho mejor que lo que había soñado el ver ese cuerpo de cintura hacia arriba desnudo.

– Quiero saber lo que es un beso, Rocío. Nunca he besado a una chica.

Doña Rocío y echándome yo más al borde, ella se medio sentó en la bancada junto a mí cuerpo, se echó hacia delante, y me dio un besito en los labios.

– Así, no. Quiero saber lo que es un beso de verdad.

– No entiendo a qué te refieres. Estos son los que yo he dado alguna vez a mi marido.

Agarré su nuca con mi mano, y acariciándola con mis dedos, el instinto me hizo acercar su cara a la mía. Nunca había besado a una chica, ya que nunca había tenido novia, pero había visto como se besaban parejas en el instituto y en alguna fiesta de mi primer año de universidad, así que me dejé llevar. Cerré los ojos, y mis labios se juntaron con los suyos. Lentamente se entrelazaban, y los míos agarraban los suyos con suavidad. Mi lengua comenzó a acariciar sus labios, mientras mis dedos tocaban su nuca y la llevaban a un estado de placer que nunca había experimentado. Mi labios seguían recorriendo los suyos, y mi lengua los humedecía. Ella comenzó a hacer lo mismo que hacía yo, y su lengua tocó los míos. De pronto nuestras lenguas se juntaron tímidamente, para luego enlazarse en un juego dulce y maravilloso. Con los ojos cerrados experimenté ese sabor de su humedad, y me sorprendió que pareciera mi propia boca. Era algo tan natural, y por fin daba mi primer beso.

Un pecho de Rocío apoyaba sobre mí, mientras el otro colgaba. Su mano derecha acariciaba también mi pelo húmedo. Mi brazo apoyaba sobre su pierna, y mi mano comenzó a levantar su larga falda, hasta tener su rodilla al aire, y poder acariciarla. No sé cuánto tiempo estuvimos besándonos. El tiempo se paró por un momento, y solo disfrutábamos de esa experiencia nueva para ambos. Con una mano acariciaba su nuca, mientras que la otra iba subiendo por su pierna dirección hacia su nalga. Subía y bajaba desde su rodilla hasta la goma de sus bragas.

Rocío se incorporó, ya que la postura no debía ser cómoda para ella, ya que estaba malamente sentada al no entrar casi sus cuerpo para sentarse, y estar ligeramente apoyada. Una vez de pie, se agachó sobre mi cara para darme un nuevo beso, quedando sus pechos colgado y mostrando su gran tamaño. Mi mano seguía acariciando su pierna por debajo de la falda. Ella agarró mi polla empapada tras varios minutos de besos y juegos, y comenzó a pajearla mientras nos besábamos. Estaba a mil, y aquello era un paraíso.

Mi mano fue subiendo poco a poco hasta tocar la goma de su braga, e instintivamente entró por dentro de su braga, pudiendo tocar esa inmensa y deliciosa nalga. Mis dedos fueron hacia el interior de la nalga, dirección hacia la ingle, pero apenas llegaba. Al tirar de ella más hacia mí para acceder hacia su entrepierna, su boca se separó de la mía, y sus pechos quedaron a la altura casi de mi cara. Comencé a besarlos, y ella se echó más aún hacia delante, mientras no dejaba de mover lentamente mi polla con su mano. Mis labios llegaron a uno de sus pezones, y comencé a succionarlos. Su mano izquierda acariciaba mi pelo en señal de aprobación y no dejando que escapara mi cabeza de su inmensa teta.

Mis dedos fueron llegando por dentro de la braga al interior de su ingle. De repente noté sus pelos y una humedad que brotaba de ella. Seguí inspeccionando, y llegué a lo que debía ser la parte inferior de sus labios vaginales. Ella había abierto ligeramente la pierna para que tocase, y soltó un suspiro intenso al notar mis dedos sobre su sexo.

Mi polla no aguantó más, y comenzó a latir con fuerza. Fue sentir su humedad y esos pelillos, y ser incapaz de prolongar más aquel placer. Exploté como nunca lo había hecho hasta aquel momento, salpicando mi cuerpo y el de Rocío, cayendo rendido sin fuerzas, y yo sacando la mano de la parte de detrás de sus bragas.

La señora Rocío se incorporó, aún con la respiración alterada, dejándome la majestuosidad de esos pechos. Se agachó de nuevo, y me dio cálido y largo beso más.

– Ha sido maravilloso, Rocío. Muchas gracias.

– ¡Ufffff!. Todavía estoy como mareada. No sé qué me ha sucedido. Perdona, Javier, pero no sabría explicarlo, pero no es un mareo de malestar. Nunca me había pasado algo así.

A pesar de mi inexperiencia, yo sí que sabía lo que le había pasado, que tenía un calentón tremendo. Lo había sentido mucho más allá de la humedad de su sexo.

– Ha sido precioso, Rocío. Pero solo le pido una cosa, que además de que este será nuestro secreto, lo que ha pasado sea para sentirnos mejor, y no para que pasemos el rato tan malo de esta mañana.

– Está bien, Javier, lo intentaré, pero aún estoy desconcertada. No sé muy bien lo que me ha pasado, pero no puedo decir que no me ha gustado. Si se enterara alguien me moriría de vergüenza.

– No te preocupes, que este será nuestro secreto. Mi intención que estés bien, y no quiero hacer nada que no quieras.

– Dejemos ahora el tema, que estoy un poco descolocada, y no quiero pensarlo más.

Poco a poco se fue vistiendo, y luego me ayudó a mí.

Cuando iban a llegar mis padres, la llamé.

– Rocío.

– Dime, Javier.

– Antes de que vengan mis padres, le importa darme un beso.

Ella me sonrió, y nos volvimos a dar un beso con lengua, aunque ella lo cortó rápido al ver que mi mano comenzó a tocar su pierna.

….