Haziran 29, 2025

SISSY Y LA LLUVIA

ile admin

SISSY Y LA LLUVIA
SISSY Y LA LLUVIA

Mañana nublada, muy nublada, amenazando lluvia y quizás más sucesos en la Ciudad.

Sissy caminaba por el lateral de la gran avenida de asfalto con un corto vestido verde claro y grandes flores blancas, unas largas, blancas y bien depiladas piernas, con un tatuaje perimetral a medio muslo izquierdo, balanceaban con movimiento ensayado unas caderas más bien estrechas, poco femeninas pero muy bien llevadas. El vestido alcanzaba a ocultar las nalgas, poco más. Tirantes estrechos para una espalda bastante abierta, musculada, en la que no se apreciaban tiras de sostén. Un pequeño pecho, respingón, apuntaba hacia adelante sin marcar apenas pezón. Del hombro izquierdo colgaba una enorme bolsa de lona beige en cuyo interior parecían viajar todas sus pertenencias. Pelo negro, corto por detrás y despeinado, aportando una soltura “à garçon”. Mentón levantado, balanceo de cuello al paso, esternón hacia arriba, espalda ligeramente curvada en cadera, pies caminando en línea…

En sus pies un calzado nada acertado, deportivas negras, que le daban un aire demasiado sport a todo el outfit… diremos sport aunque deberíamos haber dicho sexy, a tenor de las miradas que le brindaban toda la fila de coches parados esperando a que el eterno semáforo se pusiera verde.

Sissy no tendría más de 20 años y ya no pasaba desapercibida ante el género masculino, todos se giraban a su paso como si fuera heredera de Loren o Lollobrigida en cualquiera de sus famosas escenas, ella lo tenía todo controlado. Sabia moverse, lo había ensayado todo, estaba muy metida en su papel, tanto que a no ser por algunos detalles casi imperceptibles nadie diría que llevaba ya tiempo luchando consigo misma para ser vista y tratada como una chica. Pasaba a lo largo de la fila de coches, furgonetas y camiones en aquella rejodida avenida industrial simulando que nada fuera con ella, podría haber elegido la acera opuesta, carente de tráfico, pero si no lo hizo evidentemente hubo alguna razón. De vez en cuando tornaba la mirada, de reojo, al interior de alguno de los vehículos, para comprobar los daños causados, y continuaba caminando, a paso lento, tan femeninamente que en vez de asfalto imaginaba una pasarela de moda, a sabiendas que casi todos los hombres de los coches la deseaban.

De repente aquella situación tan estudiada se le desmoronó como un castillo de naipes. El semáforo se puso verde y el tráfico empezó a rodar, al momento que un trueno inmenso rompía la calma, un golpe de viento movía vestido y bolso a su antojo y el agua de la tormenta descargaba a plomo, como si hubieran abierto la ducha sin avisar. Sissy miró a ambos lados simulando control, puso la mano en su bolsa y no encontró lo que estaba buscando. Se apartó debajo del árbol más próximo a donde yo tenía mi coche parado, casualidades, y se agachó, mostrando completamente muslos y nalgas, rastro de un ínfimo tanga, para rebuscar en sus pertenencias, mientras miraba a lado y lado con gesto de control pero evidentemente desvalida: No tenía paraguas y se estaba empezando a empapar.

Parado en la fila de coches miré al semáforo de nuevo, tenía tiempo de sobra para deleitarme contemplándola… noté el subidón de testosterona y mis genitales cobraron vida de golpe… dubitativo sobre cómo actuar, vi la situación clarísima: Bajé la ventanilla y grité “Hola! Adónde vas? Necesitas algo?”

Una voz tímida y un gesto de querer huir de la situación me respondieron “nnno nnno hace falta gracias” mientras que su mirada se dirigía al desvío de la derecha del siguiente cruce. Mi misma dirección.

“si vas hacia el Polígono te puedo llevar… venga sube que está lloviendo a cántaros”

Su decisión estaba tomada aunque se hizo la digna… “seguro? Te va bien?” al tiempo que se levantaba, agachándose hacia mi ventanilla y mostrando sus pequeños y turgentes pechos, medio escondidos en el vestido verde. Mi mirada se dirigió hacia allí y ella se dio cuenta, se estremeció, balbuceó… en otra situación su dignidad hubiera actuado de otro modo pero quedó amordazada. Necesitaba que alguien la empujara para adentro.

“Va que te llevo” le dije con una voz masculina y decidida, al tiempo que quitaba mi móvil del asiento del acompañante, lo desplazaba para atrás para dejar espacio para ella y le abría la puerta. Entró sentándose pegada a la puerta, puso su bolsa entre las piernas, y cerró muslos y cruzó brazos.

“me llamo Joan” le solté alargando la mano con la palma hacia arriba

“sssoy Paula” susurró, alargando un poco la mano, que agarré suavemente por los largos dedos al tiempo que reverencié levemente para saludar con cortesía. “un nombre muy adecuado” dije… Aquello suavizó la situación, y aunque se seguía mostrando tímida (cosa que a mí me provocaba una apetencia sexual cada vez mayor) pude entablar algo de conversación sobre la meteorología.

“qué haces por la vida sin paraguas?”

Contó cada vez con menos timidez que iba a casa de unas amigas, me dio su edad, 22 años, a lo que yo respondí que la doblaba, haciendo el típico comentario machista de que podría ser su padre (si, lo siento) y noté cómo se estremecía. Era la primera señal… la dejé hablar a ella pero aquello solamente podía desembocar en una situación:
“me has salvado la vida, hubiera llegado empapada”

“me encanta ayudar, y al verte no podía arrancar el coche y dejarte ahí tirada, me hubiera sentido mal todo el día”
“gracias…” tímido de nuevo, con un largo silencio, pero acomodándose en el asiento y mostrando confianza

“me gusta valerme por mí misma, pero a veces he imaginado esta situación, en la que alguien, un hombre, me ayuda sin pedirle nada” parados en el siguiente semáforo se mordió el labio, o al menos me pareció verlo, mientras que mi mirada no pudo evitar fijarse en un puntiagudo pezón que marcaba el vestido verde. Me vio bajar la mirada y en vez de acurrucarse hinchó su pecho…

Señal inequívoca, solamente me faltaba rematar, pero estaba claro que a ella la situación le estaba gustando más que a mí.

“Soy una chica trans” dijo, a modo de excusa

“eres una chica muy bonita” atajé, poniendo en valor su modo de ser… y sin querer le di rienda suelta, no cabía en mis pantalones y ella llevaba rato mirando furtivamente. Aquella situación ella no tan sólo la había imaginado, sino que la habría ensayado del mismo modo que lo hizo con su andar, su moverse, su vestir y su hablar… puso en marcha su guion ya que las cartas estaban en la mesa:

“no sé cómo agradecértelo…” a lo que siguió un silencio que se podía cortar.

“por favor, no hace falta, hay cosas que se hacen por el PLACER de hacerlas” dije aunque debería haber dicho “sí que sabes cómo agradecerlo”, pero tan sólo utilizando subliminalmente la palabra “placer” junto con la bocanada de testosterona que le llegó, fue suficiente para que, hiperventilando, mirando mis partes íntimas, con pose totalmente ofrecida y voz entrecortada, dijera…

“ppp pppuedo?”

Alargó la mano hasta tocarme, mi polla estaba a punto de estallar, oí un “guau como estás” al tiempo que parábamos el coche en el arcén. Llovía tanto que el ruido era ensordecedor, el coche era un cobijo perfecto. Se acercó para tocarme mejor al tiempo que un tirante del vestido verde cayó y dejó medio pecho al descubierto. Era evidente que se estaba hormonando…

“qué preciosidad” dije pellizcando un ancho y rosado pezón casi tan grande como el propio pecho… “déjame que te ayude con eso…” dije mientras me desabrochaba mi cinturón…

“quiero hacerlo yo” susurró tomando la iniciativa, y con delicadeza desabrochaba pantalón y bajaba cremallera… me levanté algo de mi asiento al momento que ella bajaba mis pantalones y calzoncillos, mi miembro salió disparado del mismo modo que de su voz disparó un “por Dios!” de los que abren el apetito. Alargué la mano y toqué en su entrepierna, descubrí un pene mientras ella me decía “no por favor, hoy no…”

Se agachó y mi polla desapareció en su boca.

Creo que me dio su teléfono… no, a lo mejor no me lo dio aunque yo se lo pediría… bajó del coche con la ropa descolocada, delante del local de “sus amigas” y al tiempo que se recomponía, recuperaba su pose, colocaba la bolsa en su hombro, me dijo, tímidamente y con alguna que otra gota de mis fluidos en su mejilla y cuello, que no limpió:
“gracias… has sido muy amable…”

Una mujer abrió la puerta, le miró el vestido manchado y sonrió, mientras que otra chica más en el interior miraba hacia afuera, y ella entró en el local, persiana medio bajada, con flores muy acertadamente colocadas a ambos lados de la puerta.

Probablemente algún día llamaré a esa persiana preguntando por Paula, esperando cualquier sorpresa por parte de quien me abra.